ABORDAJE DEL PACIENTE CON RETRASO MENTAL SEVERO

Relacion médico-paciente
Encuentros y desencuentros en esta relación.

Javier tiene 40 años de edad, nació con daño encefálico severo por hipoxia perinatal (doble circular de cordón), asociado con prematuridad y bajo peso al nacer (2kg.), además de pie varo equino congénito bilateral.
A los 5 meses fue operado de los pies » con mucho sufrimiento», según relato de su mamá. Camino a los tres años y controló esfinteres a los 9.
Su madre relata que entre los 15 y 16 años, tuvo un primer episodio de tirarse intencionalmente al piso y lastimarse. Además tiene hipoacusia unilateral y algiocusia (ante un ruido fuerte o agudo se estremece y se aturde). Las caidas intencionales se hicieron una constante en él, por lo que su mamá, decidió que los traslados los hiciera en silla de ruedas para evitar que se lastimara. A su vez, Javier se desplazaba gateando cuando le interesaba ir a un determinado sitio.
Internado en A.M.A.R., hogar y Centro de día, es atendido por un equipo interdisciplinario del cual yo formo parte desde hace un año y medio. Comienzo a trabajar con él, con una frecuencia de tres veces por semana a partir de Enero del ’99.
Javier se higieniza con ayuda, se viste cuando se le alcanzan las prendas dándoselas en la mano. Le gusta cantar, (en su vocabulario mezcla palabras con gestos), jugar con autitos «Duravit» que la madre o su hermana le traen y que con frecuencia parte a la mitad con sus propias manos. Debido a sus frecuentes caídas su mamá le trajo un cabezal, de los utilizados por los boxeadores para entrenar, ya que en general las heridas se producian a modo de corte en su frente o cejas.
Mis primeros encuentros con Javier me depararon, cierta inseguridad, era la primera aproximación que realizaba con pacientes discapacitados severos y no contaba aún con los recursos específicos para realizar dicho abordaje. Después de ésta primera sensación que duró un par de sesiones, me fije como primer objetivo, tratar de hacer aflorar todo el potencial oculto de Javier para que realizara sus traslados en forma erecta y sin su silla, ésta ya formaba parte de su esquema corporal desde los últimos diez años.
Empiezo a valerme de elementos que me permitieran tener un acercamiento con Javier, y lograr la posibilidad de su aceptación. A su vez creamos una línea directiva en el equipo interdisciplinario que permitiera que a Javier se le sostuviera y en los diferentes espacios el traslado en » posición erecta», prescindiendo así de la silla.
Comencé a investigar cuales eran las cosas que le gustaban y cuales les causaba molestias.
En una de las sesiones, de pronto saca un «palito» y se convierte en un habano en sus manos, hace gestos para que se lo recorte, entonces entro en su juego, lo ayudo y él agradece con exclamaciones de satisfacción. Observa mi vestimenta y le hago notar que su suéter es del mismo color que mis zapatos. Y así transcurre el tiempo donde intercambiamos arreglos de «autitos» por posiciones de bipedestación explicándome lo que tenía que hacerle al mismo, o conseguir mas «habanos», o esperar que termine de » hablar» por teléfono en la misma posición y que me pase el tubo imaginario con el gesto de su mano.
«Claudio» (dicho muy claro), «vení» (llamaba y yo acudía). Javier empezaba a depositar su confianza en mí y yo comenzaba a apreciar los pequeños avances y a nutrirme de los mismos.
Así se fue modelando un vínculo, un raport, para el logro de mi objetivo, que era el abandono de la silla por parte de Javier. Sus articulaciones y tono muscular estaban dentro de los parámetros aceptables para intentarlo, entonces la relación terapéuta-paciente ya se había instaurado, entonces sólo se trataba de continuar con la estimulación que había despertado progresivamente en Javier el deseo de caminar.
Esporádicamente se acomodaba sus pantalones en posición de pie, momento que yo aprovechaba para tratar de entrar en » diálogo» apelando a los distintos gestos que él empleaba y la permanencia de pie, se prolongaba.
Empecé a asistirlo en los traslados hacia el lugar donde realizaba sus comidas diarias, por momentos su expresión era de temor y me preguntaba «¿ no pasa nada?», «no Javier , no pasa nada, está todo bien», esto lo tranquilizaba y le permitia continuar su marcha. Mi acercamiento desde lo corporal, recurría a todos los intercambios de abrazos y muestras de afecto posibles. El intercambio de ficticios «golpes» rememorando un supuesto combate de box, (juego que Javier propuso) era un recurso más que lo estimulaba a estar de pie.
Paralelamente se dieron indicaciones para que se guardara la silla de ruedas y no fuese vista por él, y que el personal auxiliar de la institución siguiera la misma línea de conducta que el equipo profesional.
Actualmente se traslada con asistencia en forma erguida pero sin retroceder a su estado de «silla de ruedas».
Su madre no podía creer, cuanso las auxiliares le contaban los progresos, pero un día vino a visitarlo, tuvo la oportunidad de verlo.
Finalmente aquel primer objetivo que me había planteado se alcanzó, gracias a la colaboración de Javier, a la necesidad de no proceder bajo esquemas rígidos de atención, al estar atento a pequeños, grandes cambios, saber decodificar su comportamiento para crear un intercambio, sumamente enriquecedor para ambos.
Para concluir, quisiera destacar que tanto yo como profesional, adaptándome a situaciones cambiantes, utilizando la plasticidad e intuición en el accionar, trabajando en forma interdisciplinaria; como con el paciente , mostrando otras capacidades que en definitiva le brindarian una mejor calidad de vida, pudimos construir esa posibilidad de encuentro, terapeuta-paciente, en este caso, le deparó a un sujeto con discapacidad severa la decisión de abandonar su estado, de «silla de ruedas».

El presente trabajo fue presentado en las Jornadas Médicas Relación Médico-Paciente. » Encuentros y desencuentros en esta relación», del Hospital Materno Infantil de San Isidro. 27 y 28 de Agosto de 1999.

PD: el 31/12/2002 Javier falleció por paro cardiorespiratorio.
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